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Creo que la mejor manera de comenzar a pensar esta parasha es con una pregunta ¿Cuál es la diferencia entre historia y memoria?, esa pregunta que parece tan simple pero a la vez es muy compleja.
En esta parasha, ya muy cercanos a la entrada del pueblo de Israel a eretz Israel Moshe realiza un recorrido histórico de varios puntos fundamentales de la historia del pueblo judío en el desierto recordando y resaltando constantemente los errores cometidos, y los aciertos y marcándolos siempre como parte de las decisiones de nuestro Dios, y marcando también que si al entrar a la tierra de leche y miel continuaban cumpliendo esos mandamientos, iban a tener un buen pasar, y de lo contrario si lo desobedecieran serían aniquilados como cualquiera de los otros pueblos.
Esto puede ser entendido como una imposición a través del miedo de la obediencia hacia un Dios si lo pensamos literalmente, pero si logramos verla situación en la que estaba el pueblo y qué rol jugaba el liderazgo de Moshe a lo largo de los 40 años pasados en el desierto, podremos verlo desde otra perspectiva.
El liderazgo ejercido por Moshe era directo y Dios a través de él lograba imponer su voluntad hacia el pueblo de una manera clara e unidireccional, pero ¿qué pasaría luego, cuando el liderazgo de Moshe que logró tener unido al pueblo judío y lo llevó hacia la tierra prometida, desapareciera? ¿Cómo se manejaría el pueblo cuando el gran Moshe, ya no estuviera para resolver los conflictos?
A partir de esto Moshe recurre a uno de los componentes principales de la identidad de un pueblo, relata su propia historia, su propia experiencia, sus vivencias colectivas que llevaron a aprendizajes que no son ya propiedad de Dios ni de Moshe si no de que todo el pueblo transformándose en parte de su ADN.
La memoria colectiva apoyada en nuestros jaguim es la herramienta de cohesión y desarrollo más importante que tuvo el pueblo judío para subsistir a lo largo de la historia. Luego de la entrada a eretz Israel ya no serían un pueblo que vagaba por el desierto bajo las ordenes de un líder, sino una nación con su propia memoria colectiva, y con su respectivo territorio siendo responsables de su destino y artífices de sus aciertos o sus desgracias; y el hecho de apegarse a su identidad dependería de ellos mismos, el acercarse a Dios, como parte de la identidad judía, no sería ya solo una obligación si no una decisión de un pueblo que quiere mantener vivas sus raíces y quiere ofrecer al mundo lo que tiene para dar.
Seguir nuestros valores y mantener nuestra tradición no será responsabilidad de Moshe o de un gran líder sino de todos nosotros como pueblo cuando cargamos con el peso, o la oportunidad de ser parte de la increíble historia del pueblo judío.
Y respondiendo la primera pregunta, cuando decidimos tomar esta historia y convertirla en guía para nuestros actos, la transformamos en nuestra memoria, porque pasa a formar parte de nuestra identidad y de nuestro hacer en el mundo, ahí la principal diferencia entre historia y memoria.
Y a no confundirse, la capacidad de memoria no es tomar los hechos históricos como verdades absolutas aplicables a los tiempos que vivimos, sino como una guía de experiencia que nos permite extraer valores bajo los cuales podemos guiar nuestro accionar adaptándose al mundo en el que estamos viviendo.
Este pequeño error y esta, a mi manera de ver, errada forma de encarar la historia lleva a necios fundamentalismos que pudimos ver en las últimas semanas en Israel de lo que son capaces, si no podemos reinterpretar la historia para poder hacerla parte de nuestra memoria y con esto hacer de este mundo un mundo mejor; y no al contrario.
Shabat Shalom,
Alon Kelmszes.