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En la porción de Bereshit que nos toca leer esta semana, Vaishlaj, Iaacov se prepara para reencontrase con su hermano Eisav después de años de no verse.
Recordemos que en esta parte del relato, ambos hermanos se encuentran peleados a raíz de haberse quedado Iaacov con la bendición de la primogenitura. Nuestro patriarca quiere volver a Eretz Canaán, pero unos mensajeros que había enviado por delante, le advierten que Eisav venía al encuentro con 400 hombres. Entonces se asusta mucho y prepara muchos regalos y animales y los manda por medio de siervos a su hermano pensando en que así se calmaría su ira.
Esa noche, Iaacov encuentra un ángel que personifica el espíritu de Eisav, con quien lucha hasta el amanecer. Iaacov sufre de una cadera dislocada, pero derrota a la criatura, quien le da el nombre de Israel, que significa “aquel que prevalece por sobre lo Divino”.
Al día siguiente, al llegar Eisav a su encuentro, lo abrazó, cayó sobre su cuello y lo besó. Ambos lloraron emocionados y se reconciliaron.
Nuestros sabios nos explican que el hombre-ángel con el que Iaacov luchó, representa también el Ietzer Hará – el instinto del mal.
Podemos interpretar que para reconciliarse con su hermano, antes Iaacov debió luchar contra su propio instinto del mal y vencerlo. Recién en ese momento, podría estar espiritualmente preparado para la reconciliación con su hermano.
Es después de este episodio que Iaacov recibe el nombre de Israel, palabra utilizada históricamente para identificar a nuestro pueblo.
Cada uno de nosotros, como parte del pueblo de Israel, debe luchar la misma pelea que Iaacov con su propio instinto del mal, para poder representar en conjunto un ejemplo para nuestros pueblos hermanos, y lograr una reconciliación como la de Iaacov con Eisav, especialmente en estos días en los que la paz es cada día más anhelada y necesaria en el mundo entero.
Shabat Shalom
Yael Dobzewicz